El tiempo de Adviento que hoy
comenzamos es, ciertamente, un tiempo que precede y que nos prepara para la
Navidad, la fiesta cristiana que recuerda la primera venida de Cristo. Pero,
fundamentalmente, el Adviento dirige nuestra atención hacia la segunda venida
de Cristo, que tendrá lugar al final de los tiempos.
Por eso el Adviento es el
tiempo en el que debemos disponernos interior y exteriormente para una triple
venida del Señor: Aquel que vino, que viene, y que vendrá.
Así, durante este tiempo, nos
preparamos para celebrar y actualizar en el misterio de la Navidad su
encarnación, ese momento en el que puso su tienda entre nosotros y que ha
marcado decisivamente la historia.
También nos preparamos para
acogerle en el hoy de nuestra vida, en nuestro día a día, porque Aquél que pasó
por el mundo haciendo el bien, que murió en una cruz, que resucito del sepulcro
y subió al cielo, lejos de desentenderse, nos ha prometido su presencia, su
cercanía. Por eso, el Adviento es una llamada de atención para no dormirnos en
los laureles, para no dejarnos vencer por el cansancio, el desánimo y la
desesperanza de los que se creen abandonados a su suerte
Y como os decía al principio,
nos preparamos para la venida definitiva del Señor, esa venida de la que nadie
conoce el día ni la hora, y que nos ha de mantener en vigilancia, en tensión.
¿Qué tarda el Señor en llegar? ¿Qué viendo como está el mundo también nos sale
a nosotros, como al profeta Isaías, del fondo de nuestro ser esa petición
“ojalá rasgases el cielo y descendieses”? Tranquilos. Tranquilos... Que aunque
el Señor tarde, no importa. Lo que importa es no dormirse, sino permanecer en
vela y estar siempre dispuestos a recibirle, pues el saber que el Señor está al
llegar, debe despertar en nosotros una actitud personal de vigilancia, como la
de los criados del evangelio de hoy, a quienes el Señor ha encomendado una
tarea, y espera que la cumplan con fidelidad.
En definitiva, celebrar el
Adviento quiere decir que deseamos de todo corazón que Dios venga, porque
creemos en Él y de Él esperamos la salvación. Cojámonos, pues, de la mano de la
Virgen María, y emprendamos este camino de cuatro semanas hasta la Navidad.
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