En un mundo como el nuestro, en el que hay tanto déficit de
alegría y optimismo, y en el que uno a veces incluso llega a pensar si la vida
tiene sentido, la fiesta de Todos los Santos nos invita a tener ánimos, a tener
esperanza. Hoy debe un día de alegría especial, porque se nos invita a
contemplar algo que habitualmente se nos escapa, y es que en el mund, hay y
habrá personas no ya buenas, sino personas santas. Personas que han hecho el
bien de muchas y variadas formas, cuyo nombre y cuya vida no aparecerán nunca
destacados en las páginas de los periódicos ni de la prensa del corazón. Gente
que, en medio de las dificultades, han sabido ser fieles a Dios y vivir como
nos enseñó Jesús. Hombres y mujeres, sacerdotes y casados, niños y mayores,
obispos y obreros, misioneros y madres de familia, familiares, amigos, y
vecinos nuestros y personas totalmente desconocidas para nosotros... Hijos e
hijas de Dios que han seguido, cada uno en su tiempo y en su ambiente, el
camino de las bienaventuranzas: la humildad, la disponibilidad, la pureza de
corazón, la misericordia los sentimientos de paz, el hambre de verdad y de
justicia, la entereza ante las tentaciones... Seres totalmente humanos, muy
humanos, que no hicieron milagros ni escribieron obras maravillosas, sino que
vivieron con sencillez y generosidad su vida cristiana de cada día.... Una muchedumbre,
como nos dice el libro del Apocalipsis, inmensa, de todas las naciones, razas,
pueblos y lenguas, que, al igual que nos toca pasar a nosotros, han atravesado
por dificultades y tribulaciones.
Y la enseñanza que tenemos que sacar de este día, y de todos
ellos, es que también nosotros estamos llamados a ser santos. Vale la pena no
solo que demos gracias a Dios por el bien que han hecho los santos en el mundo
y en la sociedad, sino también que nos dejemos iluminar y llenar de ánimo por
tantos y tantos ejemplos de personas verdaderamente santas, que nos enseñan que
es posible vivir la vida en clave de Dios, y que nos demuestran que, si ellos
han podido llegar a la meta, nosotros, con la gracia de Dios, también podemos.
Cojámonos, pues, de la mano materna de la Virgen María,
Reina de todos los Santos, y dejémonos conducir por Ella hacia la patria
celestial.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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