El domingo pasado,
con la solemnidad de Pentecostés, dábamos por concluido el tiempo pascual. Pero
a poco que nos fijemos, nos daremos cuenta que la cincuentena pascual viene
seguida de algunas solemnidades que han encontrado un lugar en el año litúrgico
a la sombra de la celebración de la Pascua. Y una de ellas, la principal, es
esta que hoy celebramos, la del misterio de la Santísima Trinidad, que nos
invita a contemplar el misterio de Dios uno y Trino. El misterio más grande de
la fe cristiana. Este es uno de los
domingos en que celebramos de una manera más especial el «Misterio de Dios». Es
posiblemente una de las celebraciones que más nos cuesta entender pero que, al
mismo tiempo, la tenemos presente en muchos momentos, ya que toda celebración
cristiana nos congrega «en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo». Pero a lo mejor nos hemos acostumbrado tanto a escucharlo que ni nos
paramos a pensar en lo que significa, por eso que, una vez al año la
Iglesia nos invita a pararnos y celebrar la fiesta de nuestro Dios, que es
Trinidad.
¿Y qué nos dice hoy
la palabra de Dios acerca del Misterio de la Santísima Trinidad? Pues nos dice
que Dios es amor. Si, si... Que Dios es amor. Y es que la Trinidad es un
misterio... un misterio de amor. De amor entre las tres Divinas Personas que lo
integran y de amor de esas tres Personas para con el mundo. Un amor que, en su
fuerza interior, se expande hacia fuera para acoger y salvar al mundo. Así, la
primera lectura nos habla de un Dios que es «compasivo» y «misericordioso», de
un amor que va más allá de la respuesta que encuentra, de un amor que se
enternece ante la debilidad y la fragilidad humanas y sale al paso de ellas.
Por su parte, San Pablo, en la segunda lectura, nos habla del «Dios del amor y
de la paz». Y el mismo Jesús, en el evangelio, afirma sin rodeos que «tanto amó
Dios al mundo que entregó a su Hijo único»... Por tanto, vemos como el misterio
de la Santísima Trinidad es un misterio de amor que se da, que se entrega...
No quiero seguir,
porque en seguida me metería por derroteros teológicos que lo único que
conseguirían sería que no os enteraseis de nada y que por lo bajini dijeseis:«este
hombre, o sabe mucho, o está loco perdido»... Por eso, dejadme que os diga
simplemente, a modo de finalizar la homilía, el mismo saludo que dirige Pablo a
los cristianos de Corinto en la segunda lectura, y con el que hemos comenzado
la celebración de la Eucaristía, deseándoos, que «la gracia del Señor Jesucristo,
el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos
vosotros».
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Canal Romero.
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