
¿Y para qué tiene que ayudarnos el Espíritu Santo? Pues para
lo más elemental: para acoger, amar y seguir fielmente a Jesucristo aceptando y
guardando sus mandatos; pues nuestra acogida al mensaje evangélico nos tiene
que llevar a cumplir los mandamientos del Señor, a dar razón de nuestra
esperanza en medio del mundo en que nos toca vivir, y a testimoniar que
Jesucristo es el único Salvador del mundo, que no nos deja tirados a nuestra
suerte, sino que, fiel a su promesa, está y estará siempre con nosotros.
Mirad, la lectura del libro de los Hechos es la mejor prueba
de que Jesús cumplió su promesa y envió al Espíritu Santo sobre los Apóstoles.
En ella se nos da cuenta de la primera gran persecución violenta que sufrió la
Iglesia y la primera gran misión evangelizadora... Y si toda la comunidad
cristiana de Jerusalén se dispersó, el Espíritu Santo convirtió esa gran prueba
en una gran oportunidad de anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado.
Bueno, pues la situación en que ahora se encuentra la
Iglesia en la vieja Europa y en España, vemos que es de indiferencia
generalizada cuando no de clara hostilidad a la fe cristiana –os podría contar
ejemplos claros que les está tocando vivir ahora a varios amigos míos–. Sin
embargo, el Espíritu Santo puede convertirla en una gran oportunidad para que
un pequeño resto de cristianos lleve a cabo una evangelización formidable y se
convierta en un acicate para despertar la conciencia dormida de tantos cristianos,
y así, todos seamos capaces de dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos
la pida.
Que Santa María, pues, nos ayude, para que todos nosotros
cumplamos con fidelidad los mandatos de Cristo y así demos razón de nuestra
esperanza a todos aquellos con quienes convivimos día a día.
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