
Es decir, la Ascensión supone el final de una etapa en la
historia de la salvación, el final de la presencia visible de Cristo entre
nosotros.
Pero a pesar de esta Ascensión y glorificación, Cristo no se
desentiende de nosotros; sino que continuará estando con nosotros todos los
días hasta el fin del mundo, pero de otro modo.
Por eso los discípulos saben que no han perdido al Señor
porque se haya separado de ellos al subir al cielo. Es más, la Ascensión no es para ellos una
pérdida, sino un beneficio. Un beneficio para ellos y para toda la iglesia,
pues el Señor se va al cielo para prepararnos un lugar y de este modo, donde
está Él, estemos un día también nosotros.
Y es que el misterio de la Ascensión del Señor no es para
que nos quedemos tristes, apesadumbrados o pasivos; es más bien para que, desde
la fe y el esfuerzo personal y comunitario, prosigamos la misión de Jesucristo
en medio del mundo hasta que Él vuelva.
Por eso que esta fiesta nos lanza a la acción. No podemos
quedarnos plantados mirando al cielo; sino que tenemos que ser testigos de
Cristo muerto y resucitado y predicar la conversión y el perdón de los pecados.
No se trata de esperara a Cristo pasivamente, con los brazos cruzados, sino de
esperarlo con una esperanza activa que exige de nosotros un compromiso, un
trabajo en el mundo. Comienza, pues, un camino de fe, y también e esperanza,
porque el Señor volverá. Comienza el tiempo de la Iglesia, tiempo de
predicación del Evangelio y de testimonio de Cristo con la ayuda del Espíritu
Santo y la intercesión de Santa María, que siempre nos acompaña.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Canal Romero.
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